El Caldero de la Bruja

En este caldero echaré un poco de fantasía, un poco de ci-fi, y un mucho de todo aquéllo que me gusta.

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26.3.06

Los Caballeros del Templo de Jerusalem (I Parte)

Éste es uno de los cuentos que tengo terminados -lo escribí en el instituto, en segundo de BUP, si no me equivoco, así que es viejo, bastante viejo, aunque ha sufrido algún que otro retoque a lo largo del tiempo-, por eso voy a postearlo aquí, para que podáis leer algo que ya tiene un final definido. Bueno, espero que os guste.

Allá por el año 1118 de Nuestro Señor, -tras la toma de Jerusalem por los cruzados cristianos-, Hugo de Payens, Godofredo de Saint-Omer y un grupo de caballeros fundaron la Orden del Templo para la protección de Tierra Santa y de los peregrinos.
Estos caballeros eran a la vez religiosos y militares; organizaban su vida según la regla monástica benedictina, adaptándola a la condición seglar y a las actividades guerreras de sus miembros.
Pero la pérdida de la Tierra Santa, a manos del Islam, cuya defensa había sido la primera razón de ser de la Orden, y sin poder justificar ya su existencia, provocó su disolución en manos de Clemente V en el año de Gracia de 1312.
Sin embargo, de todos es conocido los enigmas que envolvieron, -y que todavía envuelven-, a los sitios donde vivieron y murieron los caballeros del Templo. Son lugares rodeados de misterio –y porqué no, también de magia-, en los que aún es posible escuchar el murmullo de sus oraciones antes de entrar en combate, o incluso hay quien jura escuchar algunas noches el metálico chasquido de las espadas entrechocando. Por lo tanto, la siguiente historia pudo suceder en cualquiera de sus doce provincias de Occidente, o de sus cinco en Oriente, lo único cierto es que ocurrió... o que tal vez haya sido producto de la imaginación de los que se sienten fascinados por su misterioso modo de vida y su desaparición.

Desde pequeños se habían sentido fascinados por la vida de aquellos “caballeros monjes”, los admiraban y se sentían sobrecogidos por el regio monasterio en el cuál habían vivido y por el que habían luchado hasta la muerte. Jugaban de niños en el bosque que ahora lo rodeaba, soñaban con que eran caballeros del Templo de Jerusalem y que daban su vida por proteger sus muros y sus tierras. Por eso no comprendían que aquel muchacho que había llegado al pueblo hacía poco se burlara de sus juegos de infancia y del respeto que mostraban hacia ellos, los templarios.
Le iban a dar una lección, una buena lección. Aprendería a no reírse de ellos ni de aquel lugar que para ellos era tan especial. Le habían apostado a que no era capaz de resistir una noche entre los muros del monasterio. Ellos se disfrazarían con largas túnicas blancas con cruces rojas, las que utilizaran en el baile de disfraces de hacía un par de meses, y lo asustarían hasta que se meara en los pantalones.


Hacía un par de horas que se había hecho de noche. La luna brillaba tímidamente en el cielo de invierno que empezaba a cubrirse de oscuros nubarrones. ¡Mierda!, y todavía no había llegado al maldito monasterio. Perdería la apuesta por culpa de su madre y su insistencia en que tenía que fregar los cacharros después de la cena. Miró el reloj; las once menos cuarto. Tendría que echarse una carrerita si quería llegar antes de las once y antes de que empezara a llover.
En diez minutos estaba ya en el camino que conducía a la entrada del edificio. Se detuvo un momento para tomar aire. El corazón parecía salírsele del pecho por el esfuerzo. En realidad no estaba nervioso ni sentía miedo por pasar unas horas entre aquellos estúpidos cuatro muros medio derruidos. ¿De verdad aquellos tres se creían que le asustaría pasar la noche en lo que fuera una casa de curas? ¡Vale!, luchaban. ¿Y qué?. Eran curas que se habían muerto un montón de siglos antes. ¡Qué estupidez!
Bien, ya se sentía mejor. Miró a su alrededor. Los árboles habían perdido todas sus hojas. Sus formas caprichosas y retorcidas mostraban que ya tenían algún que otro siglo de antigüedad. Avanzó entre ellos con paso firme y decidido. De pronto la luna se ocultó y sintió como comenzaban a caer las frías gotas de agua sobre la piel de su rostro.
-¡Mierda!-exclamó mientras echaba a correr hacia la puerta del monasterio.
Había quedado allí fuera con aquellos tres impresentables, pero no iba a quedarse como un pasmarote bajo la lluvia. Les esperaría dentro. Empujó un poco el viejo portón de madera, pero estaba demasiado oxidado para abrir así de fácil. Tantos siglos y ni una gota de aceite para los goznes...
Un rayo se hizo camino entre las nubes y lo iluminó todo.
Dio un respingo al ver la horrible cabeza que había tallada sobre la puerta, justo encima del escudo de armas. Parecía que hubieran cogido a alguien y le hubiesen hecho atravesar el muro hasta los hombros, de modo que sobresaliera la cabeza de ese lado. ¡Y encima había tormenta!
-Pues yo no pienso mojarme.-y con un pequeño esfuerzo logró que las hojas de la puerta se movieran e hicieran un hueco suficiente para que él cupiera.

Dentro no llovía, pero tampoco se veía nada. Las pocas ventanas que había debían de estar bien cerradas y apuntaladas para que nadie entrara. Allí el máximo peligro que había era el de un derrumbamiento. Encendió el mechero. Y por el estado en el que se encontraban los muros, cualquier día de éstos se vendría abajo. ¡Vaya una mierda de sitio!
Miró a derecha e izquierda. Más allá sólo había tinieblas, así que se echó a andar hacia la derecha sin saber muy bien a dónde ir. Unos metros más adelante encontró unas viejas antorchas. Al menos estaban secas, y tal vez prendieran con el fuego del mechero... ¡Genial!, ya tenía una iluminación algo decente.
Siguió caminando e inspeccionando todas las habitaciones que estaban abiertas. Tan sólo encontró telarañas, alguna rata inmunda, y los restos de lo que semejaban mesas, sillas, camas y candelabros de metal. ¡Pues qué bien! ¡Menuda aventura más aburrida!.

Y los otros tres sin aparecer.
Llegó de nuevo a la entrada. “¿Y ahora qué? ¿Me siento en el suelo y espero a que aparezcan? ¿O habrán llegado ya?”. No. Si hubiesen llegado lo llamarían para asegurarse de que estaba allí, seguro. Así que sólo le quedaba una solución: ver lo que había al fondo de unas cochambrosas escaleras unos metros más allá a su izquierda. Se encaminó hacia allí con paso decidido.

5 comentarios:

Blogger DesiTur ha dicho...

Juassssss, he leído esto, he recordado cómo escribía yo en 2º de BUP y me ha entrado la risa floja. ¡Me encanta! E incluso con mejoras formales posteriores (todos lo hacemos con lo que escribimos al inicio cuando vamos evolucionando), sólo la historia es lo suficientemente atractiva como para despertar interés.

Tengo ganas de ver cómo continúa :)

domingo, marzo 26, 2006 6:01:00 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

(Para no confundir al personal diré que yo me avergonzaría de leer cualquier cosa que hubiera escrito en 2º de BUP, si hubiera sido tan tonta como para conservar algo de aquello... por entonces aún lo hacía de una forma muy infantil, al contrario que tú, por lo que veo ;) )

domingo, marzo 26, 2006 6:04:00 p. m.  
Blogger Maz ha dicho...

XDDDDDD
Es que yo siempre he sido muy friki XDD, ya por aquél entonces era un bicho raro que se pasaba más rato leyendo y escribiendo que saliendo por ahí (la primera vez que salí fue en la cena de fin de curso de tercero de BUP, y lo pasé tan mal que no quise volver a salir hasta un año después :P).
Lo cierto es que los cambios posteriores fueron más que nada de ciertas frases y palabras (bueno, y la parte del principio, que por aquel entonces no tenía mucha idea sobre los Templarios de verdad). Todo lo demás sigue igual ^_^. Me alegro de que te guste. Recuerdo habérselo leído a mis compañeras de piso de los primeros años en Santiago; a ellas también les había gustado, cosa que me asombró bastante, la verdad.

domingo, marzo 26, 2006 6:39:00 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

:))) Tampoco yo he salido casi nada (ni siquiera en fin de año, sólo salí a los quince y me gustó tan poco que no he vuelto a repetir), pero a esas edades leía mucho y escribía muy poco...

domingo, marzo 26, 2006 7:56:00 p. m.  
Blogger Maz ha dicho...

Hombre, yo desde que empecé a salir en COU y hasta los 24 años era de salir como mínimo dos o tres noches a la semana (he llegado a salir todas las noches de la semana hasta las 7 de la mañana y a las 10 estaba en clase -medio sopa, pero iba igual XD). Desde los 24 volví a relajarme bastante y sólo salgo de vez en cuando (desde que hemos venido a Zaragoza no hemos salido más de tres veces en todo un año :P). Aprovechamos cuando vamos de vacaciones a Galicia.

domingo, marzo 26, 2006 10:34:00 p. m.  

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