Los Caballeros del Templo de Jerusalem (II Parte)
Las escaleras subían y bajaban. ¿A dónde iría primero?. Arriba era un poco más peligroso, el suelo de madera podrida y carcomida podía hundirse en cualquier momento. Abajo sólo había tinieblas. Comenzó a subir. La madera crujía peligrosamente bajo sus pies. Eso estaba mejor. Podía imaginarse que era un aventurero, un arqueólogo como Indiana Jones en busca del Arca de la Alianza. Además, ¿los templarios no venían de donde los judíos?
Al llegar a la penúltima escalera, ésta crujió más que las demás y cedió bajo sus peso. Se sujetó con ambas manos a la pared y a la última escalera, con lo cuál la antorcha salió volando y cayó unos cuantos peldaños más abajo.
-¡Maldita sea!. ¡Maldita sea!.-el tobillo le dolía un poco, pero se levantó para coger la antorcha antes de que provocara un incendio.
Volvió a subir, esta vez con más cuidado, y llegó al primer piso. ¡Al fin!. Con suma cautela caminó contra la pared hasta llegar a la primera puerta. No podía seguir, en el suelo había un enorme boquete que se lo impedía. La puerta también estaba cerrada, pero era tan vieja que se abrió fácilmente. Allí debía de ser donde comían los “curas guerreros”. ¡Pues vivían bien!. Había una larga mesa rodeada por enormes sillas de madera maciza con los restos de finos tapizados. También descubrió que había alguna que otra gotera al caerle una gruesa gota de agua en el cuello. Se le erizó la piel, y pasó la mano para secarse mientras se apartaba.
Entonces oyó el ruido. Era como si hubiesen cerrado una puerta al fondo del pasillo; pero era imposible, el agujero que había en el suelo lo hacía imposible. Además allí no había nadie más.
-Habrá sido el viento.- se dijo.
Pero prefirió salir de allí, por si se hundía o se caía algo más.
Se recordó que debía tener cuidado con las escaleras, y las bajó con toda la precaución posible. Y, ¿ahora qué?. Pues a mirar lo que había abajo. Y comenzó a descender por las escaleras de piedra.
Un crujido en las viejas escaleras de madera le hizo mirar hacia arriba. Volvieron a crujir otra vez, pero no había nada. Y otra. Él estaba allí inmóvil, sujetando la tea mientras el corazón comenzaba a chocarle contra las costillas. Otro crujido. Y de pronto se derrumbaron levantando una polvareda mientras él saltaba hacia atrás. -¡Joder!. ¿Ha sido culpa mía?.- se dijo en alto para tranquilizarse. Y se decidió a bajar con calma y respirando hondamente para calmarse. Se había librado de una buena. ¿Y si se hubieran desmoronado cuando él estaba bajando?. ¡Qué suerte!. Esos peldaños al menos eran de piedra, estaban gastadas, pero siquiera no se hundirían bajo sus pies.
Mientras bajaba, el olor a humedad, un olor rancio y podrido que ya se respiraba arriba, se fue haciendo cada vez más fuerte; y la oscuridad, más negra todavía. El frío le calaba los huesos. Su ropa estaba algo húmeda por la lluvia, pero hasta entonces no la había sentido tan pegada a su piel.
Llegó al fondo, y no se veía el principio de las escaleras. Allí había lo que parecían unas celdas. Debía de ser donde los curas metían a sus prisioneros de guerra. Vio unos bultos a la derecha y se acercó para iluminarlo mejor. Eran viejos instrumentos de madera podrida con metal oxidado. Armas semejantes a las que salían en las películas medievales. ¿Serían para torturar a los presos?. Seguro que sí; todos esos curas en el fondo eran iguales. Inquisidores.
Volvió hacia donde estaban las celdas para mirar a ver si había algún resto humano olvidado en su interior. Entonces oyó algo así como pasos arriba, unos pasos que comenzaban a bajar las escaleras... ¡Son ellos, seguro!. Voy a darles un susto de muerte, pensó. Y cuando se encaminaba hacia el interior de una de las celdas, los pasos cesaron. Se detuvo para escuchar. Nada. Durante unos minutos estuvo en silencio escuchando. Pero nada. ¿Habían visto la luz al fondo de la escalera?. ¿Y si los llamaba?.
-¡Chicos, soy yo!. ¡Estoy aquí!.
Un ruido desde el interior de la celda. La iluminó, y el susto hizo que soltara la antorcha para cubrirse la cara mientras decenas de asquerosos murciélagos salían chillando y comenzaban a subir por el hueco de las escaleras. La antorcha salió rodando para caer en un charco de agua cochambrosa y apagarse con un silbido.
-¡Joder!. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?.-exclamó estirando los brazos en la oscuridad mientras el ruido del aleteo de los murciélagos se extinguía.
Pues no debían de estar allí, pensó al encender de nuevo el mechero, de lo contrario les oiría siquiera gritar al verse sorprendidos por aquellas ratas con alas. Pero entonces oyó aquel susurro que pronunciaba su nombre, e iluminó las escaleras. Sin embargo allí no había nada. Imposible, debían de estar allí, delante de él, para poder escucharlo con tanta claridad.
El corazón volvió a latirle de nuevo a toda prisa, y sintió como que casi se le salía por la boca cuando escuchó de nuevo aquel susurro, aquella voz que lo llamaba al lado de su oído; y se giró al notar como si una mano le rozara el hombro para llamar su atención. Pero allí no había nada; no veía nada. Se pegó contra la pared, con la boca abierta, la exclamación ahogada, y permaneció unos minutos eternos mirando a la oscuridad y esperando que aparecieran sus amigos de la nada.
Es tu imaginación, se dijo, solamente tu maldita imaginación. Pero el corazón continuaba latiéndole a toda velocidad, y sentía cómo la sangre caliente corría por sus venas congeladas por el pánico que se había apoderado de él. Durante bastante tiempo permaneció inmóvil, maldiciendo aquel condenado sitio, su maldita suerte y a los “curas guerreros”. Cuando se consiguió calmar lo suficiente se encaminó a las escaleras y las subió a la carrera. Por un par de veces se apagó el mechero, y por un par de veces tropezó y se cayó; pero volvió a levantarse y a subir sin pensar en nada, sin asustarse por nada. O al menos eso intentaba.
Al llegar arriba corrió hasta la puerta, pero estaba cerrada. ¡Maldita sea!. La empujó con todas sus fuerzas, pero no cedía ni en broma. ¡Aquellos tres graciosos se iban a enterar cuando los cogiera!. Ahora ya sabía que ellos estaban allí.
Al llegar a la penúltima escalera, ésta crujió más que las demás y cedió bajo sus peso. Se sujetó con ambas manos a la pared y a la última escalera, con lo cuál la antorcha salió volando y cayó unos cuantos peldaños más abajo.
-¡Maldita sea!. ¡Maldita sea!.-el tobillo le dolía un poco, pero se levantó para coger la antorcha antes de que provocara un incendio.
Volvió a subir, esta vez con más cuidado, y llegó al primer piso. ¡Al fin!. Con suma cautela caminó contra la pared hasta llegar a la primera puerta. No podía seguir, en el suelo había un enorme boquete que se lo impedía. La puerta también estaba cerrada, pero era tan vieja que se abrió fácilmente. Allí debía de ser donde comían los “curas guerreros”. ¡Pues vivían bien!. Había una larga mesa rodeada por enormes sillas de madera maciza con los restos de finos tapizados. También descubrió que había alguna que otra gotera al caerle una gruesa gota de agua en el cuello. Se le erizó la piel, y pasó la mano para secarse mientras se apartaba.
Entonces oyó el ruido. Era como si hubiesen cerrado una puerta al fondo del pasillo; pero era imposible, el agujero que había en el suelo lo hacía imposible. Además allí no había nadie más.
-Habrá sido el viento.- se dijo.
Pero prefirió salir de allí, por si se hundía o se caía algo más.
Se recordó que debía tener cuidado con las escaleras, y las bajó con toda la precaución posible. Y, ¿ahora qué?. Pues a mirar lo que había abajo. Y comenzó a descender por las escaleras de piedra.
Un crujido en las viejas escaleras de madera le hizo mirar hacia arriba. Volvieron a crujir otra vez, pero no había nada. Y otra. Él estaba allí inmóvil, sujetando la tea mientras el corazón comenzaba a chocarle contra las costillas. Otro crujido. Y de pronto se derrumbaron levantando una polvareda mientras él saltaba hacia atrás. -¡Joder!. ¿Ha sido culpa mía?.- se dijo en alto para tranquilizarse. Y se decidió a bajar con calma y respirando hondamente para calmarse. Se había librado de una buena. ¿Y si se hubieran desmoronado cuando él estaba bajando?. ¡Qué suerte!. Esos peldaños al menos eran de piedra, estaban gastadas, pero siquiera no se hundirían bajo sus pies.
Mientras bajaba, el olor a humedad, un olor rancio y podrido que ya se respiraba arriba, se fue haciendo cada vez más fuerte; y la oscuridad, más negra todavía. El frío le calaba los huesos. Su ropa estaba algo húmeda por la lluvia, pero hasta entonces no la había sentido tan pegada a su piel.
Llegó al fondo, y no se veía el principio de las escaleras. Allí había lo que parecían unas celdas. Debía de ser donde los curas metían a sus prisioneros de guerra. Vio unos bultos a la derecha y se acercó para iluminarlo mejor. Eran viejos instrumentos de madera podrida con metal oxidado. Armas semejantes a las que salían en las películas medievales. ¿Serían para torturar a los presos?. Seguro que sí; todos esos curas en el fondo eran iguales. Inquisidores.
Volvió hacia donde estaban las celdas para mirar a ver si había algún resto humano olvidado en su interior. Entonces oyó algo así como pasos arriba, unos pasos que comenzaban a bajar las escaleras... ¡Son ellos, seguro!. Voy a darles un susto de muerte, pensó. Y cuando se encaminaba hacia el interior de una de las celdas, los pasos cesaron. Se detuvo para escuchar. Nada. Durante unos minutos estuvo en silencio escuchando. Pero nada. ¿Habían visto la luz al fondo de la escalera?. ¿Y si los llamaba?.
-¡Chicos, soy yo!. ¡Estoy aquí!.
Un ruido desde el interior de la celda. La iluminó, y el susto hizo que soltara la antorcha para cubrirse la cara mientras decenas de asquerosos murciélagos salían chillando y comenzaban a subir por el hueco de las escaleras. La antorcha salió rodando para caer en un charco de agua cochambrosa y apagarse con un silbido.
-¡Joder!. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?.-exclamó estirando los brazos en la oscuridad mientras el ruido del aleteo de los murciélagos se extinguía.
Pues no debían de estar allí, pensó al encender de nuevo el mechero, de lo contrario les oiría siquiera gritar al verse sorprendidos por aquellas ratas con alas. Pero entonces oyó aquel susurro que pronunciaba su nombre, e iluminó las escaleras. Sin embargo allí no había nada. Imposible, debían de estar allí, delante de él, para poder escucharlo con tanta claridad.
El corazón volvió a latirle de nuevo a toda prisa, y sintió como que casi se le salía por la boca cuando escuchó de nuevo aquel susurro, aquella voz que lo llamaba al lado de su oído; y se giró al notar como si una mano le rozara el hombro para llamar su atención. Pero allí no había nada; no veía nada. Se pegó contra la pared, con la boca abierta, la exclamación ahogada, y permaneció unos minutos eternos mirando a la oscuridad y esperando que aparecieran sus amigos de la nada.
Es tu imaginación, se dijo, solamente tu maldita imaginación. Pero el corazón continuaba latiéndole a toda velocidad, y sentía cómo la sangre caliente corría por sus venas congeladas por el pánico que se había apoderado de él. Durante bastante tiempo permaneció inmóvil, maldiciendo aquel condenado sitio, su maldita suerte y a los “curas guerreros”. Cuando se consiguió calmar lo suficiente se encaminó a las escaleras y las subió a la carrera. Por un par de veces se apagó el mechero, y por un par de veces tropezó y se cayó; pero volvió a levantarse y a subir sin pensar en nada, sin asustarse por nada. O al menos eso intentaba.
Al llegar arriba corrió hasta la puerta, pero estaba cerrada. ¡Maldita sea!. La empujó con todas sus fuerzas, pero no cedía ni en broma. ¡Aquellos tres graciosos se iban a enterar cuando los cogiera!. Ahora ya sabía que ellos estaban allí.
6 comentarios:
aterrador... y ahora que pasa?
Gracias. XDDD
Eso en la tercera parte, que la postearé mañana. ;)
Esto se está poniendo cada vez más interesante :) ¿Puedo apuntarte una cosa? Hacia el final dices "cuando se dio calmado lo suficiente"... la forma DAR+PARTICIPIO es muy gallega, y creo que confunde un poco a los que no lo son. "Cuando pudo calmarse", tal vez...
En cuanto al Jardín, iba a colgar ya mismo el relato que te comenté, pero veo que ya has colgado tú uno... ¿dejamos una separación de cierto tiempo entre cada post, o colgamos lo que queramos cuando queramos? La segunda pregunta es que el mío es bastante largo, pero me gustaría ponerlo en un solo post, ¿puedo?
Pues eso señorita administradora, quedo a la espera de sus respuestas :)
¡Y muchas gracias por esa segunda foto del hereje! ;)
"Sube lo que quieras y cuando quieras, en serio".
Ains, no puedo esperar. Es que así además escribo post en mi Alcoba y enlazo el cuento para hacer promoción de la página. Tomo entonces por el lado literal esa frase tuya de un comentario en el post anterior.
¡Al toro!
Pues sí, tú pon lo que quieras.
Por cierto, que yo pensé lo mismo que tú de esa frase... que había algo que me sonaba muy gallego y que no se decía así en castellano XD. Pero no lo cambié, por pereza más que nada XD.
A ver si me acuerdo y lo hago XD.
Corregido está. Por cierto: para que veas que realmente no está tan corregido el texto en cuestión :P.
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